El Real Madrid remontó ante el Mallorca con goles de Higuaín y Callejón un partido que apuntaba a catástrofe. Una victoria que puede valer más que tres puntos, porque llegó tras una nefasta primera parte, en la que los locales fueron mejores, y el marcador les hizo justicia. Tras el descanso, Mourinho apostó por un 3-3-4 que afiló el instinto de Higuaín. El Pipita, de nuevo suplente, hizo el 1-1 y se trabajó la jugada del 1-2, que selló un Callejón que volvió a ser el jugador fetiche del Madrid, líder y campeón de invierno.
La buena noticia para el Madrid es que, jugando mal, gana. La mala, que últimamente juega mal con bastante frecuencia. En Mallorca, escenario habitual de sonados naufragios blancos, el Madrid incidió en varios de los errores que, con el paso del tiempo, siguen sin solucionarse: problemas en el inicio de las jugadas, tendencia al atropello por el centro. Previsibilidad, en suma.
Algo tuvo que ver en todo esto el Mallorca. Caparrós acorazó su centro del campo con Joao Víctor y Tissone, mientras que Hemed y Víctor trataban de incomodar la salida del Madrid. Les resultó muy sencillo, pese a que Xabi bajó en numerosas ocasiones para iniciar la jugada, situándose entre los centrales. Pero no anda fino el centrocampista -hasta Ramos estuvo más preciso en los envíos largos-, que volvió a no tener ayuda alguna en Lass. Tampoco la encontró en el primer tiempo de Özil, muy disperso, jugando casi siempre al paso. Imposible sorprender así a la ordenadísima defensa local, que no sufrió con Cristiano, otra vez ofuscado, ni con Benzema, desactivado, siempre demasiado lejos del balón. Esta vez, le ganó por la mano Gonzalo Higuaín, que salió desde el banquillo para reivindicar su hueco en el once. Su actitud fue determinante para salvar un partido que parecía destinado al batacazo del líder.
A Caparrós no le importó defender con todos en su campo cuando el Madrid lograba superar su primera línea de presión. Es más, eso le favoreció, porque atrajo al Madrid a su campo, le hizo encallar en el cemento de sus pivotes y lanzó varias contras que pudieron decantar el marcador antes del gol de Hemed. Un gol que retrató la actitud de ambos equipos sobre el césped: saque de esquina en corto que no tapa Marcelo, ni Xabi ni Lass. Özil no llega a tiempo para obstaculizar el centro comodísimo de Castro, que el delantero israelí cruzó con un elegante cabezazo a la red.
El Madrid reaccionó con más brío que juego. En los minutos finales del primer tiempo sumó un remate a la madera de Ramos y un buen disparo de Lass. Fue lo último que hizo el francés en el partido, ya que volvió a ser el sacrificado en la revolución de Mourinho: primero rombo (4-4-2) y, ante la persistente ausencia de juego y ocasiones, un 3-3-4 que ya se vio alguna vez en los tiempos del portugués en Inglaterra, con Coentrao por Marcelo y Kaká ayudando (intentándolo, al menos) a Özil.
El alemán fue, con Higuaín, el factor desequilibrante. Ayudó a Xabi en la salida de balón y, ante un rival que empezaba a acusar el exceso de kilometraje, llegó con frecuencia a la zona de tres cuartos. Desde ahí, asistió a Higuaín para el 1-1, que nació de un agresivo desmarque del delantero. El Pipa, en un partido cerrado, sin espacios, sacó petróleo de su carácter competitivo. Esa ambición que, con el partido ya en pleno trance agonístico, le llevó a pelear un balón que se estrelló en el cuerpo de Aouate. El segundo esfuerzo, con idéntico fruto, fue de Benzema. El rechace, larguísimo, llegó a Callejón, que envió a la red un remate con cierta fortuna. El canterano, que volvió a ser titular, lo celebró con la rabia del que sabe que ha hecho algo importante: asegurar tres puntos que reivindican el gen ganador del Real Madrid. Un gen que le permite ganar partidos imposibles, como el de Mallorca. De esos que, dicen, valen Ligas.
Crónica de: Santiago Siguero
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